Robó un banco hace 60 años y regresó a la escena del crimen
El hombre tiene más de 80 años y una lista de cosas para hacer antes de morir. Entre ellas, visitar la cava de un restaurante de moda en Ottawa, el Riviera. En esas instalaciones había estado el Banco Imperial de Canadá, y en ese sótano, la caja fuerte de la cual el anciano había robado, más de medio siglo atrás, casi 261.000 dólares canadienses, el equivalente actual a USD 2,2 millones.
Boyne Lester Johnston lo logró. Cuando su amigo Mait Ainsaar hizo una reserva para almorzar en el Riviera, avisó que iría con él.
—Dios mío, tiene que ser el tipo —dijo Alex McMahon, el director de vinos del restaurant, cuando le avisaron.
Como lo detuvieron, dos semanas después del robo, en un night club, mientras bebía champagne, al ladrón le quedó el apodo del "chico del champagne". Así que McMahon esperó a Johnston, sus amigos y sus familiares, con un cocktail especial, llamado Golpe al Banco, hecho sobre la base de champagne.
"La atmósfera que creamos aquí recuerda a aquel tiempo, aquella época", dijo McMahon a The New York Times. "Recibir al hombre en su regreso, escucharlo contarnos sus historias, fue una experiencia genial, cinematográfica". El sommelier les mostró la cava, donde se tomó la foto que se publicó en la cuenta de Instagram del Riviera.
El robo es legendario en parte porque en el presente no sería posible. En 1958, a los 25 años, cuando trabajaba como cajero en el Imperial, Johnston separó los 260.000 dólares canadienses en una bolsa de lona. Era viernes, el banco estaría cerrado por el fin de semana.
A la noche regresó y, con sus propias llaves, ingresó, tomó la bolsa y partió. El sábado a la noche invitó a comer a su esposa y su madre. El domingo cruzó la frontera hacia los Estados Unidos, con su carga todavía inadvertida.
Pasó dos semanas en la exploración del estilo de vida de los ricos. Sólo que a él lo buscaban: el banco había comprendido lo pasado y la policía de los dos países difundía un cartel de "Buscado" con su foto y el ofrecimiento de una recompensa de USD 10.000 por él. Lo describía como una persona "de buen vestir, habitué de los clubes nocturnos, bebedor de champagne, que aprecia la compañía femenina".
Alguien vio a un joven atildado, muy parecido al del afiche, en Chez Paree, una discoteca de Denver, en el estado de Colorado. Allí lo arrestó la policía. "Me preguntaba cómo sería tener todo ese dinero", dijo Johnston a los oficiales que lo arrestaron. "Ahora lo sé".
En el momento se recuperaron unos 200.000 dólares canadienses; el resto lo repusieron Johnston, su padre y otros familiares. El ladrón fue condenado a cuatro años de cárcel, pero salió a los dos años, en 1960, en libertad condicional. Luego volvió a trabajar en la industria financiera.
Hoy Johnston está jubilado y vive en Renfrew, a una hora al oeste de Ottawa. Su celebridad le vale todavía que le paguen cervezas en un bar del pueblo. "No maté a nadie", explicó en 2013, entrevistado por The Citizen. "¿Y a quién le gustan los bancos?".
El sommelier del Riviera le preguntó si había valido la pena su aventura. Johnston le dijo que, desde su perspectiva de octogenario, valieron tanto la transgresión como el castigo. "Nada hace que uno aprecie la vida y la libertad como verse privado de la libertad", citó McMahon la respuesta ante el Times.
Antes de irse de la cava, inscribió su nombre en la pared de ladrillos y su número de recluso.
Boyne Lester Johnston lo logró. Cuando su amigo Mait Ainsaar hizo una reserva para almorzar en el Riviera, avisó que iría con él.
—Dios mío, tiene que ser el tipo —dijo Alex McMahon, el director de vinos del restaurant, cuando le avisaron.
Como lo detuvieron, dos semanas después del robo, en un night club, mientras bebía champagne, al ladrón le quedó el apodo del "chico del champagne". Así que McMahon esperó a Johnston, sus amigos y sus familiares, con un cocktail especial, llamado Golpe al Banco, hecho sobre la base de champagne.
"La atmósfera que creamos aquí recuerda a aquel tiempo, aquella época", dijo McMahon a The New York Times. "Recibir al hombre en su regreso, escucharlo contarnos sus historias, fue una experiencia genial, cinematográfica". El sommelier les mostró la cava, donde se tomó la foto que se publicó en la cuenta de Instagram del Riviera.
El robo es legendario en parte porque en el presente no sería posible. En 1958, a los 25 años, cuando trabajaba como cajero en el Imperial, Johnston separó los 260.000 dólares canadienses en una bolsa de lona. Era viernes, el banco estaría cerrado por el fin de semana.
A la noche regresó y, con sus propias llaves, ingresó, tomó la bolsa y partió. El sábado a la noche invitó a comer a su esposa y su madre. El domingo cruzó la frontera hacia los Estados Unidos, con su carga todavía inadvertida.
Pasó dos semanas en la exploración del estilo de vida de los ricos. Sólo que a él lo buscaban: el banco había comprendido lo pasado y la policía de los dos países difundía un cartel de "Buscado" con su foto y el ofrecimiento de una recompensa de USD 10.000 por él. Lo describía como una persona "de buen vestir, habitué de los clubes nocturnos, bebedor de champagne, que aprecia la compañía femenina".
Alguien vio a un joven atildado, muy parecido al del afiche, en Chez Paree, una discoteca de Denver, en el estado de Colorado. Allí lo arrestó la policía. "Me preguntaba cómo sería tener todo ese dinero", dijo Johnston a los oficiales que lo arrestaron. "Ahora lo sé".
En el momento se recuperaron unos 200.000 dólares canadienses; el resto lo repusieron Johnston, su padre y otros familiares. El ladrón fue condenado a cuatro años de cárcel, pero salió a los dos años, en 1960, en libertad condicional. Luego volvió a trabajar en la industria financiera.
Hoy Johnston está jubilado y vive en Renfrew, a una hora al oeste de Ottawa. Su celebridad le vale todavía que le paguen cervezas en un bar del pueblo. "No maté a nadie", explicó en 2013, entrevistado por The Citizen. "¿Y a quién le gustan los bancos?".
El sommelier del Riviera le preguntó si había valido la pena su aventura. Johnston le dijo que, desde su perspectiva de octogenario, valieron tanto la transgresión como el castigo. "Nada hace que uno aprecie la vida y la libertad como verse privado de la libertad", citó McMahon la respuesta ante el Times.
Antes de irse de la cava, inscribió su nombre en la pared de ladrillos y su número de recluso.
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